La parábola de hoy se trata de dos actitudes muy differentes al orar. La primera actitud era mucho orgullo. El fariséo no se veía como los demás– los ladrones, los injustos, y los adúlteros. El se creía único y santo porque ayunaba y pagaba el diezmo. La otra actitud era de mucha humildad. El publicano ni se atrevía alzar los ojos a Dios, y reconocia que era pecador.
Quien de los dos, piensa Usted, que realmente oraba? El primero dió gracias a Dios que era major que los demás y no era pecador. El Segundo pedia perdón con su oración personal.
La oración tiene ese poder expiatorio o de reconciliación con Dios, que Jesus pone al alcance de todos. Oramos en su nombre para perdón de los pecados, para renovarnos como pueblo redimido por Dios, necesitados de su compasión. Esta es la actitud nuestra en cada acto litúrgico, especialmente en la Eucaristia, nuesta acción de gracias, pero tambien cada momento que destinamos a la oración personal.
Tengamos cuidado de como oramos– para el mundo o para Dios.